domingo, 25 de marzo de 2007

¡¡La qué hemos pasado juntos!!



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Si a pesar de nuestra súplica insistente, tenemos un problema serio que no se resuelve, podemos seguir confiando y esperando.
Pero también podemos descubrir que ese problema tiene una función en mi vida, que ese dolor puede ser también una misión que Dios me da.
La Biblia nos habla de pruebas que nos llevan a crecer, que nos impiden quedarnos en la comodidad de lo que ya logramos en la vida.
Hay dolores que son parte de los medios que Dios nos regala, para que hagamos un camino de crecimiento y no nos estanquemos.
Nosotros podemos considerarnos pacientes y fuertes, porque estamos habituados a soportar determinado tipo de pruebas, pero el verdadero desafío es cuando aparecen pruebas diferentes, y tenemos que aprender a soportarlas y superarlas.
Cristo nos invita a la paciencia y a la fortaleza, virtudes que nunca podríamos ejercitar ni hacer crecer si no tuviéramos problemas y dificultades. Pero nos dice también que la paciencia en la prueba nos prepara para nuevas y profundas alegrías.
Hay cosas que no son propiamente un pecado, pero nos han encerrado y poseído de tal manera que nos quitan la alegría y el entusiasmo de la fe, y entonces llega el momento de "entregarlas" al Señor, dispuestos a perderlas si Él ve que nos van a destruir.
No significa que por esa entrega el Señor me quitará eso que yo amo.
Viviendo la libertad de entregarlo, comienzo a gozarlo sin tanto apego, sin miedos, y vuelve la alegría.
Así, al final de la vida, podremos decirle al Señor con una sonrisa: "¡Las que hemos pasado juntos!

Víctor Manuel Fernández. (Recopilado del libro "Cómo recuperar tu alegría)


¡ Señor, las qué hemos pasado juntos!... ¿Te acordás, cuando mi nieto Andrés, justo el día anterior a su undécimo cumple, sufrió un derrame cerebral?Y yo fui a reclamarte, frente al Sagrario, por su salud, te pregunté: ¿Dónde estabas cuando eso pasó?. ¿Por qué no lo cuidaste?. ¿Es qué acaso no me amas?. Yo te di mi vida entera y ¿Así me pagas?
Que injusta fui, Señor ¿quién soy yo, para reprocharte nada?. Allí comprendí... que entregándote mi dolor, tú me aliviaste la pena, me diste consuelo, me devolviste la calma, me diste paz, para así poder acompañar a mi hija en su dolor, haciéndome la fuerte. Cuando el neurocirujano salio de la sala de cirugía, dijo: "Lo salvamos por un cachito así". Ese "cachito" lo pusiste vos, Señor!!. Lo más importante fue que me ¡¡devolviste a mi nieto!!
¡¡La qué hemos pasado juntos!! Te amo, Señor, no abandones la obra de tus manos. Gladys

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